En el verano 1520 cuando se sublevaron las Comunidades ya hacía cuatro años que había muerto el rey Fernando el Católico y algunos meses que Doña Juana vivía más aislada que nunca bajo el yugo de Bernardo de Sandoval y Rojas, Marqués de Denia, nombrado por Carlos V para tenerla a buen recaudo.
En Marzo de 1516 al fallecer el rey Fernando, Carlos V fue proclamado rey de Castilla conjuntamente con su madre Doña Juana - a quien le ocultaron hasta el verano de 1520 el fallecimiento de su padre que hacía de ella la Reina propietaria de Castilla y Aragón, para mantenerla alejada del poder -, fórmula jamás vista antes y que a pesar del apoyo del cardenal Cisneros encontró una fuerte resistencia entre los castellanos que desconfiaban del nuevo soberano. En efecto el nuevo rey no sabía de castellano y fue educado por su tía Margarita, gobernadora de los Países Bajos y por consiguiente fiel defensora de los intereses flamencos - fue ella quien se opuso a que aprendiera el español -. Después de la llegada de Carlos V a España en 1517 se comprobaron los recelos de los castellanos: concedía la mayoría de los cargos públicos a extranjeros y utilizaba el Tesoro de Castilla en provecho de Flandes, entre otras cosas para comprar el voto de los electores que le nombraron emperador y para financiar su viaje de regreso a los Países Bajos. Los castellanos vivieron como una humillación muy grave el nombramiento del sobrino del rey, Guillermo de Croy, como arzobispo de Toledo - cargo antes ocupado por el cardenal Cisneros - y el dejar la regencia en manos de Adriano de Utrecht durante su ausencia.
Así que en 1520 cuando los Comuneros quisieron liberar a Doña Juana hacía cuatro años que su hijo Carlos V se hacía con la Corona de Castilla. En la primavera del 1520 las Comunidades, al ver las riendas del poder abandonadas en manos de extranjeros, empezaron a sublevarse, hasta constituirse en Junta Santa en Avila a fines de Julio, declarar como única soberana de Castilla a Doña Juana y encabezados por Juan Padilla emprender la marcha hacia Tordesillas para liberar a la reina cautiva. La entrevista tan esperada entre los Comuneros y la reina se produjo en septiembre de 1520; los sublevados - que tenían como portavoz al doctor Zúñiga, profesor de la Universidad de Salamanca - intentaron motivarla diciéndole que en sus manos estaba el poder. Así contestó Doña Juana:
"- Ya, después que Dios quiso llevar para sí a la Reina Católica, mi señora, siempre obedecí y acaté al Rey, mi señor, mi padre, por ser mi padre y marido de la Reina, mi señora; y ya estaba bien descuidada con él, porque no hubiera ninguno que se atreviera a hacer cosas mal hechas. Y después que he sabido cómo Dios le quiso llevar para sí, lo he sentido mucho, y no lo quisiera haber sabido, y quisiera que fuera vivo, y que allí donde está, viviese, porque su vida era más necesaria que la mía. Y pues ya lo había de saber, quisiera haberlo sabido antes, para remediar todo lo que en mí fuere [posible].
[...]
- Yo tengo mucho amor a todas las gentes y pesaríame mucho de cualquier daño o mal que hayan recibido. Y porque siempre he tenido malas compañías y me han dicho falsedades y mentiras y me han traído en dobladuras, e yo quisiera estar en parte en donde pudiera entender en las cosas que en mí fuesen, pero como el Rey, mi señor, me puso aquí, no sé si a causa de aquella que entró en lugar de la reina, mi señora, o por otras consideraciones que S.A. sabría, no he podido más. Y cuando yo supe de los extranjeros que entraron y estaban en Castilla, pesóme mucho dello, y pensé que venían a entender en algunas cosas que cumplían mis hijos, y no fue así. Y maravíllome mucho de vosotros no haber tomado venganza de los que habían fecho mal, pues quienquiera lo pudiera, porque de todo lo bueno me place, y de lo malo me pesa. Si yo no me puse en ello fue porque ni allá ni acá hiciesen mal a mis hijos, y no puedo creer que son idos, aunque de cierto me han dicho que son idos. Y mirad si hay alguno dellos, aunque creo que ninguno se atreverá a hacer mal, siendo yo segunda y tercera propietaria y señora, y aun por esto no había de ser tratada así, pues bastaba ser hija de Rey y de Reina. Y mucho me huelgo con vosotros, porque entendáis en remediar las cosas mal hechas, y si no lo hiciéredes, cargue sobre vuestras conciencias. Yo así os las encargo sobrello. Y en lo que en mí fuere, yo entenderé en ello, así como en otros lugares donde fuere. Y si yo no pudiere entender en ello, será porque tengo que hacer algún día en sosegar mi corazón y esforzarme de la muerte del rey, mi señor; y mientras yo tenga disposición para ello, entenderé en ello. Y porque no vengan aquí todos juntos, nombrad entre vosotros de los que estáis aquí, cuatro de los más sabios para esto que hablen conmigo, para entender en todo lo que conviene, y yo los oiré y hablaré con ellos, y entenderé en ello, cada vez que sea necesario, y haré todo lo que pudiere."
Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, Doña Juana I en Tordesillas pág.24
Este largo discurso de la reina, que es el único que conocemos, nos da una idea bastante precisa de su estado de ánimo: a lo largo del discurso trató de justificar su inoperencia y el no haber cumplido con su deber de soberana; puso de manifiesto la responsabilidad de su padre en su cautiverio, aunque intentó matizar sus palabras subrayando la posible influencia de su esposa Germana de Foix - hay que admitir que en vida de Fernando a ella le beneficiaba más que a nadie el aislamiento de Juana, haciendo de ella la única Reina de la Corte -. Parecía experimentar un sentimiento muy fuerte de culpabilidad por haber abandonado a sus súbditos. También dio como motivo de su inactividad y de sus pocos esfuerzos para salir del encierro el encontrarse sus hijos - Leonor, Carlos, Isabel y María en Flandes, y Fernando en Castilla - en manos de los a quienes les importaba tanto mantenerla alejada del poder; nunca se sabrá si recibió amenazas que concernían a sus hijos en caso de tratar de hacerse con el poder que le correspondía, pero es de suponer que es posible... De todas maneras resulta evidente que el encontrarse así separada de sus niños probablemente contribuyó a su estado melancólico. Admitió también la reina que necesitaba tiempo para "sosegar su corazón y esforzarse por la muerte del rey", o sea para reponerse de la muerte de su esposo (que en el momento de los hechos aquí relatados remontaba a 14 años...).
No se puede negar que las palabras de la Reina, más arriba citadas, no faltaban de cordura ni de juicio y todos - incluso el mismo Adriano de Utrecht se lo contó en una carta a Carlos V - coincidían en admitir que no sólo la Reina no desvariaba sino que su estado iba mejorando también en el comer, en el vestir y en el arreglo de su aposentamiento; todo fue como si el salir del aislamiento que a la fuerza se le impuso y el devolverle su papel regio también le hicieran salir de su depresión y de su melancolía. Así que Doña Juana les concedió de palabra su apoyo a los Comuneros, de lo que ellos se alegraron mucho.
Empezó a plantearse realmente un problema cuando los Comuneros ya no pudieron conformarse con la palabra de la reina y necesitaron cobertura legal mediante papeles firmados de la mano de la soberana, ya que entre sus manías estaba la de no firmar ningún papel. No se sabe si por esta manía o por lealtad por su hijo la reina se negó definitivamente a darle apoyo legal al movimiento, evitando probablemente así una guerra civil. Entretanto la informaron del fallecimiento de su padre - la noticia la dejó por completo pasmada -; a eso hubo que añadir la derrota de sus partidarios, la entrada en Tordesillas de las tropas del Emperador; todo eso significó para la reina el fin de su libertad - que duró exactamente sesenta y cinco días -, restableciendo en su cargo al Marqués de Denia, bien decidido a vengarse de lo sucedido. Juana iba a padecer treinta y cinco años más de cautiverio en Tordesillas.
Fuentes:
Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas, Manuel Fernández Alvarez